Un día, hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia no muy lejana, un tipo medio idiota inventó el teléfono. Y digo medio idiota porque lo inventó sin querer, que si lo hubiera hecho adrede, hubiera sido idiota completo. Bienvenidos a "Las Aventuras y Desventuras del Gilipollas de Graham Bell".
Graham era un tonto del culo que se aburría, y dijo: voy a inventar un aparato para que los sordos oigan al pelo. Hasta aquí bien. Pero el invento le salió mal y al final inventó un cacharro del demonio llamado teléfono. Aquí empieza el tonto del culo.
El teléfono sirve para estar pendiente de ese mensaje que nunca llega; de esa respuesta a esa llamada perdida (y nunca mejor dicho) que no aparece; y de esa alegría que, al no llegar, se torna tristeza. O mejor dicho, mierda, putísima mierda.
Qué bien. Tengo teléfono. Tengo amargura.
Lo voy a tirar por la ventana. No, que luego me tengo que comprar otro, y duplicar la tarjeta y conseguir el móvil de la chica para volver a estar amargado.
Mejor me quedo amargado igual y me ahorro las perras.
Graham era un tonto del culo que se aburría, y dijo: voy a inventar un aparato para que los sordos oigan al pelo. Hasta aquí bien. Pero el invento le salió mal y al final inventó un cacharro del demonio llamado teléfono. Aquí empieza el tonto del culo.
El teléfono sirve para estar pendiente de ese mensaje que nunca llega; de esa respuesta a esa llamada perdida (y nunca mejor dicho) que no aparece; y de esa alegría que, al no llegar, se torna tristeza. O mejor dicho, mierda, putísima mierda.
Qué bien. Tengo teléfono. Tengo amargura.
Lo voy a tirar por la ventana. No, que luego me tengo que comprar otro, y duplicar la tarjeta y conseguir el móvil de la chica para volver a estar amargado.
Mejor me quedo amargado igual y me ahorro las perras.
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